miércoles, 16 de septiembre de 2009

El dulce abismo

Será que de niño he soñado tanto con volar, será que me encanta el vértigo, será que he leido tantas veces el capítulo en que la madre de Demian le cuenta a Sinclair la historia del adolescente enamorado en la estrella en el acantilado, será que me gusta superar mis miedos y que quiero volver a aquella locura infantil de perderle absolutamente el miedo a la altura y poder saltar en un pie por los muros de la azotea de mi edificio o pararme de espaldas al filo de un abismo y mirar al cielo con los brazos extendidos, será por eso y más que me encantan y fascinan tanto los abismos.
Por eso es que regreso todos los años a Marcahuasi, a sentarme al filo del abismo y ver como muere el sol entre el infinito mar de nubes, a sentir ese aire ascendente que revolotea, a ver ese vacio seductor. Por eso quiero volver al Paují a sentarme nuevamente al filo del abismo hasta que anochesca a contemplar esa selva virgen que yace cientos de metros abajo, y contemplar...




Y habrá un sinfín latente bajo el dulce abismo

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